Hace unas horas, en un pequeño recinto, sin esperarlo o sin proponerlo, en donde una pintura trae el fuego arrasador de lo que era llamado el Palacio de Justicia, en una esquina donde se encuentra el primer computador de Eduardo Umaña Mendoza, familiares de los desaparecidos en la contra toma militar del 6 y 7 de noviembre de 1985, algunos defensores y defensoras de derechos humanos, quienes lo conocieron y quiénes no, estaban allí por otro motivo, pero no era previsible el olvido, por eso su memoria ha estado allí en ese lugar, como en otros múltiples.
Días antes, en ese mismo recinto su memoria salió en algunos de sus amigos, a propósito de un diálogo sobre otro tema, él era el texto. Y hablamos de él, como si estuviera al lado. Recordando su salida de ocho días del país, obligado a salir, haciendo caricaturas de esos momentos en que se le sacó una visa, en que se le subió en un avión a la fuerza. Y claro, cuando todo el mundo creía que su vida quedaba salvaguardada, por lo menos por un tiempo, él el madrugador Eduardo, llamaba para decir, aquí estoy. Ocho días después estaba otra vez en este país, con el riesgo de su vida por nobles causas.
Sí, su memoria, retazos de su vida, de su paso en los que le conocimos, se encuentran impregnados en su familia, en muchas de las víctimas o familiares de las víctimas que escudriñan en las demandas la posibilidad de la verdad y de la justicia. O en los que protegieron empresas nacionales como Telecom, o en la protección de las ideas que abogan por la posibilidad de una definición de distribución del recurso petrolero de otra manera, los de la USO. O en la defensa de militantes de las guerrillas del ELN, de las FARC, del EPL y del M/19, que eran capturados, algunos de ellos torturados, a quienes se les negaba el debido proceso o condiciones humanas mínimas. O a los integrantes de la oposición política víctimas del paramilitarismo y de las fuerzas militares de A Luchar o de la Unión Patriótica, Si claro, en la defensa de los estudiantes de siempre, los del corazón, la pasión y la razón grande para cambiar el mundo. Siempre consciente que muchos de ellos con el paso del tiempo estarían en otro lugar.
Retazos de memoria en generaciones que no le conocieron, pero que saben de su existencia, que preguntan por él, que escarban en papeles, en videos, lo que pensaba, lo que hacía, lo que motiva sus opciones e incluso, preguntando por sus propias fragilidades, las de la condición humanas
Y pasa el tiempo, desde ese sábado miserable de abril, el de hace 14 años, antes del medio día, cuando ingresaron a la oficina con toda naturalidad sobre seguro. Lo que no esperaban es que él nunca iba a morir como ellos querían, tenía claro que él podría elegir como morir, por eso les forcejeo y no se dejó llevar, así lo expresó días antes.
Y es que pasa el tiempo en que no podemos ni llorarle o en que otros le lloran silenciosamente. Es un duelo no elaborado o elaborado en la afirmación de los derechos de los pueblos. O mejor, en el encuentro de cada vez más ciertas soledades, porque las almas, las pasiones están sucumbiendo en la cooptación, en la vana gloria, en la carrera por el prestigio, en todos esos modos, en que la impunidad jurídica, política y social se traslada a la negación de los valores por los que se dice luchar. Así somos, como la memoria frágil o perdiéndose en el tiempo, en incoherencias, no contradicciones.
Hoy, sabemos poco o nada de la investigación penal. A los nudos de impunidad, que se tejieron desde el comienzo de su asesinato, exculpando, evitando responsabilizar a militares de las tenebrosas estrategias paramilitares, o buscando chivos expiatorios, unas vagas respuestas a derechos de petición que trasladan en palabras vacías la responsabilidad a un nadie o nada.
Su asesinato continúa en la impunidad. Los de la estructura criminal envejecen, engreídos en el poder que detentan, en el modelo de sociedad que han logrado imponer. Algunos de sus victimarios, aquellos, que ordenaron, que planificaron están en buen retiro, son asesores y hasta docentes. Algunos de los ejecutores, o quienes recibieron las órdenes y a su vez delegaron en otros la comisión material del asesinato han rendido versiones. Hace unas pocas semanas, por medios extrajudiciales se logró motivar la revelación de algo. Si tal vez, después de mucho tiempo, por una cierta lealtad, en el derecho a la verdad, se atrevió a decir, a levantar su reserva. Describió desde la cárcel de Florida, donde fue extraditado, una de las ejecutoras del crimen, una mujer, parte de una estructura armada dependiente del paramilitarismo, la banda La Terraza, no llegó más allá.
El miedo cunde cuando se trata de algo más profundo y la maquinaria criminal del Estado se revela, cuando salen a la luz los nombres de aquellos que han tenido en sus uniformes muchas estrellas, aquellos que continúan asesorando está cruenta guerra contra la gente que piensa, que se organiza, que sueña en un país distinto; o cuando se conozcan los nombres de quiénes financiaron, que instigaron este asesinato, esos empresarios, que con la eliminación aseguraron su riqueza, y se hicieron a más riqueza.
Será cuestión de tiempo para que la verdad se conozca, eso es posible, aunque esa verdad no sea judicializada…. pero lo que sí es cierto, es que poco habrá de esperar de un aparato de injusticia penal, de un aparato judicial, hecho a la medida del poder que nunca sancionará individualizando los partícipes en una empresa criminal del Estado. Bastante difícil en una época, donde el miedo a los militares crece, como en aquella del exterminio de la UP. Sí, como en aquel momento en que usaron en un juicio judicial un ataúd que colocaron enfrente del lugar de una intervención de Eduardo para amedrentarlo, aterrorizarlo buscando evitar la presentación de pruebas, no lograron evitar que las expusiera.
Ellos son poderosos, usan del artilugio del fuero militar, el del marco legal para la paz, el del derecho internacional humanitario para arrasar sin honor. Sí, así quieren salvaguardar el deshonor militar, el de los 13 generales y los 1200 militares que están siendo procesados por crímenes de lesa humanidad, por graves violaciones de derechos humanos.
Por eso la investigación del asesinato de Eduardo no avanza ni avanzaría, porque detrás de ella se develaría esa podredumbre, que carcome, esto que mal llaman Estado de Derecho. Nos queda el espacio de la memoria, el tiempo de la memoria, ese recinto en un espacio de esta ciudad donde hay unos cuadros, unas máquinas, esa memoria en unos múltiples lugares corporales, desde el que seguimos soñando, deseando apasionadamente para que este país sea distinto. Sí, porque si los derechos de los pueblos y los derechos humanos son un “encuentro de soledades”, lo que nos resta es “morir por algo, que vivir por nada”.
Sin Olvido
Sí, su memoria, retazos de su vida, de su paso en los que le conocimos, se encuentran impregnados en su familia, en muchas de las víctimas o familiares de las víctimas que escudriñan en las demandas la posibilidad de la verdad y de la justicia. O en los que protegieron empresas nacionales como Telecom, o en la protección de las ideas que abogan por la posibilidad de una definición de distribución del recurso petrolero de otra manera, los de la USO. O en la defensa de militantes de las guerrillas del ELN, de las FARC, del EPL y del M/19, que eran capturados, algunos de ellos torturados, a quienes se les negaba el debido proceso o condiciones humanas mínimas. O a los integrantes de la oposición política víctimas del paramilitarismo y de las fuerzas militares de A Luchar o de la Unión Patriótica, Si claro, en la defensa de los estudiantes de siempre, los del corazón, la pasión y la razón grande para cambiar el mundo. Siempre consciente que muchos de ellos con el paso del tiempo estarían en otro lugar.
Retazos de memoria en generaciones que no le conocieron, pero que saben de su existencia, que preguntan por él, que escarban en papeles, en videos, lo que pensaba, lo que hacía, lo que motiva sus opciones e incluso, preguntando por sus propias fragilidades, las de la condición humanas
Y pasa el tiempo, desde ese sábado miserable de abril, el de hace 14 años, antes del medio día, cuando ingresaron a la oficina con toda naturalidad sobre seguro. Lo que no esperaban es que él nunca iba a morir como ellos querían, tenía claro que él podría elegir como morir, por eso les forcejeo y no se dejó llevar, así lo expresó días antes.
Y es que pasa el tiempo en que no podemos ni llorarle o en que otros le lloran silenciosamente. Es un duelo no elaborado o elaborado en la afirmación de los derechos de los pueblos. O mejor, en el encuentro de cada vez más ciertas soledades, porque las almas, las pasiones están sucumbiendo en la cooptación, en la vana gloria, en la carrera por el prestigio, en todos esos modos, en que la impunidad jurídica, política y social se traslada a la negación de los valores por los que se dice luchar. Así somos, como la memoria frágil o perdiéndose en el tiempo, en incoherencias, no contradicciones.
Hoy, sabemos poco o nada de la investigación penal. A los nudos de impunidad, que se tejieron desde el comienzo de su asesinato, exculpando, evitando responsabilizar a militares de las tenebrosas estrategias paramilitares, o buscando chivos expiatorios, unas vagas respuestas a derechos de petición que trasladan en palabras vacías la responsabilidad a un nadie o nada.
Su asesinato continúa en la impunidad. Los de la estructura criminal envejecen, engreídos en el poder que detentan, en el modelo de sociedad que han logrado imponer. Algunos de sus victimarios, aquellos, que ordenaron, que planificaron están en buen retiro, son asesores y hasta docentes. Algunos de los ejecutores, o quienes recibieron las órdenes y a su vez delegaron en otros la comisión material del asesinato han rendido versiones. Hace unas pocas semanas, por medios extrajudiciales se logró motivar la revelación de algo. Si tal vez, después de mucho tiempo, por una cierta lealtad, en el derecho a la verdad, se atrevió a decir, a levantar su reserva. Describió desde la cárcel de Florida, donde fue extraditado, una de las ejecutoras del crimen, una mujer, parte de una estructura armada dependiente del paramilitarismo, la banda La Terraza, no llegó más allá.
El miedo cunde cuando se trata de algo más profundo y la maquinaria criminal del Estado se revela, cuando salen a la luz los nombres de aquellos que han tenido en sus uniformes muchas estrellas, aquellos que continúan asesorando está cruenta guerra contra la gente que piensa, que se organiza, que sueña en un país distinto; o cuando se conozcan los nombres de quiénes financiaron, que instigaron este asesinato, esos empresarios, que con la eliminación aseguraron su riqueza, y se hicieron a más riqueza.
Será cuestión de tiempo para que la verdad se conozca, eso es posible, aunque esa verdad no sea judicializada…. pero lo que sí es cierto, es que poco habrá de esperar de un aparato de injusticia penal, de un aparato judicial, hecho a la medida del poder que nunca sancionará individualizando los partícipes en una empresa criminal del Estado. Bastante difícil en una época, donde el miedo a los militares crece, como en aquella del exterminio de la UP. Sí, como en aquel momento en que usaron en un juicio judicial un ataúd que colocaron enfrente del lugar de una intervención de Eduardo para amedrentarlo, aterrorizarlo buscando evitar la presentación de pruebas, no lograron evitar que las expusiera.
Ellos son poderosos, usan del artilugio del fuero militar, el del marco legal para la paz, el del derecho internacional humanitario para arrasar sin honor. Sí, así quieren salvaguardar el deshonor militar, el de los 13 generales y los 1200 militares que están siendo procesados por crímenes de lesa humanidad, por graves violaciones de derechos humanos.
Por eso la investigación del asesinato de Eduardo no avanza ni avanzaría, porque detrás de ella se develaría esa podredumbre, que carcome, esto que mal llaman Estado de Derecho. Nos queda el espacio de la memoria, el tiempo de la memoria, ese recinto en un espacio de esta ciudad donde hay unos cuadros, unas máquinas, esa memoria en unos múltiples lugares corporales, desde el que seguimos soñando, deseando apasionadamente para que este país sea distinto. Sí, porque si los derechos de los pueblos y los derechos humanos son un “encuentro de soledades”, lo que nos resta es “morir por algo, que vivir por nada”.
Sin Olvido