lunes, 25 de abril de 2016

Jaime Gómez , diez años en el corazón

 23 de abril 2006 - 23 abril 2016

Son diez años y a veces parecen días, si acaso meses. Hay momentos en que sigo preguntándome por qué, y en que me digo a mi misma que no es posible. Son instantes donde uno cree que la maldad, el odio, la violencia y el silenciamiento de la diferencia no existen. Son momentos en los que una pregunta ética y moral inundan el pensamiento y el corazón, y en los que uno necesariamente se interroga por el tipo de país y de mundo que haría posible que esto no volviera a ocurrir.

Papi, parece que después de muchos años e intentos la paz es posible. Frente a la negociación entre el gobierno y las FARC-EP ha habido avances significativos, incluidos acuerdos que tienen que ver con los derechos de los sujetos victimizados. No es un acuerdo perfecto, pero es la posibilidad de torcer un camino que se ha vuelto destino en Colombia. Es la posibilidad histórica de decir que caminando con la violencia no vamos a encontrar al final del trayecto la radicalización de la democracia ni ninguna forma política, social y económica alternativa al capitalismo y al liberalismo. Algunos y algunas se oponen al proceso de paz, no porque les interese construir un país en el que la política no esté cruzada por la eliminación física del contradictor, sino porque han hecho de la guerra su modus operandi, su forma de ver, sentir y hacer en este mundo. Porque la guerra les ha significado dividendos políticos y económicos, y porque han puesto por encima el odio y la venganza en un país que le ha enseñado a la gente que más vale odiar y desconfiar, que construir desde la solidaridad, el amor eficaz y el cuidado horizontal.

Con muchos y muchas he caminado estos más de tres años del proceso de paz, convencidos de que es urgente que cesen los fusiles y se eleve el conflicto social (Hijos e Hijas, 2012), porque será en un escenario en el que no nos maten por pensar diferente, en el que tendremos la posibilidad de convertirnos realmente en opción política. En estos años hemos visto como al tiempo que se habla de paz, la violencia paramilitar, estatal, de la extrema derecha se mantiene. Como defensores de derechos humanos, activistas, indígenas, afrodescendientes, campesinos, víctimas y mujeres han sido asesinados, hostigados, amenazados por exigir sus derechos. Sabemos que la paz es el principal obstáculo para la máquina de guerra y exclusión, y entonces convencidos de que una paz no hegemónica es el camino, nos estamos preparando para disputar el sentido de la transición que se avecina.

No creemos en una transición plana y lineal de la guerra a la paz, del amor al odio, del odio a la reconciliación, del atraso al desarrollo, sino que más bien entendemos que en este momento se exacerban las contradicciones sobre el tipo de país que distintos actores queremos construir. No creemos en la transición hegemónica que quiere dejar todo intacto, sin modificar las causas estructurales que generaron la guerra, una transición que se sigue apoyando en  un desarrollo que profundiza las desigualdades internas del país y las que tenemos con el norte global. Como no queremos esa transición, lo que hacemos día a día es tratar de plasmar en la práctica el país que soñamos, una Colombia que dignifique a su pueblo, y en la que la verdad, la justicia y la práctica de la diferencia sean posibles.

Ese país no podemos construirlo solos. Requiere de la gente que de tanta violencia se ha tornado indiferente. Requiere de todos aquellos que deciden como parte de una convicción política dejar las armas y buscar la construcción de alternativas desde la civilidad. Requiere de un proceso de paz con el ELN y el EPL que permita pluralizar el campo político y aunar fuerzas para diputarle a la transición hegemónica su noción de paz y su propuesta de país. Requiere un amplio movimiento social y político capaz de articular visiones y acciones, dejando atrás las divisiones, los sectarismos y los protagonismos, explotando al máximo su capacidad inventiva y de imaginación política. Requiere la desmovilización real del paramilitarismo y la del Estado. Requiere que las garantías para la pluralización de la democracia se hagan reales, así como garantías para que dejen de asesinar a quienes piensan distinto y se oponen a la máquina neo-extractivista, una nueva forma de sembrar la muerte en el territorio. Y requiere, por supuesto, que los derechos de los sujetos victimizados sean realmente materializados, más allá del discurso, porque si alguien debe ser dignificado en este escenario son las víctimas, todas ellas, incluidas sus propuestas sobre verdad y justicia, que no son sólo sus derechos sino sobre todo pilares fundamentales para construir otra sociedad.

De allí que sea necesario que los acuerdos sobre los derechos de las víctimas garanticen un trato equitativo a las víctimas de la guerrilla y del Estado, y que finalmente el Estado reconozca que ha empleado la violencia como una manera de asegurar en el poder a ciertas élites, y que éstas tienen una importante responsabilidad en lo que ha ocurrido en el país. Como te pedí el 21 de marzo, 10 años después del día en que te llevaron, que sepamos la verdad y que se haga la justicia que tu, tu familia y quienes caminaron siempre contigo merecemos. El lunes, como muchas otras veces, en familia te recordamos, te pasamos por el corazón, y evocamos todo lo que nos diste, y nos sigues dando. Gracias por seguir siendo un puente entre la vida y la paz, y entre el pensamiento crítico y la acción.

Te extrañamos y amamos, hoy y siempre.  

Antígona Gómez  

lunes, 18 de abril de 2016

Eduardo Umaña Mendoza

Abril 18 de 1998 - Abril 18 de 2016

Los noventas huelen a humo de silenciador. Silenciador de bala, de calle, de pasamontañas, de orejas, sentidos, ojos, de niños y ancianos. Los dos mil, saben a lágrima salada, cansado desplazado, dormida conciencia.

Dieciocho años con humos que oscurecen los horizontes y sinsabores que apestan las voces. Dieciocho de nuevos viejos caminos a los olvidos. Nuevo siglo que no es el mismo pero es igual; nuevo siglo con más cruces, más agonías.

Eduardo Umaña Mendoza, amigo del alma, amigo de sueños, amigo de travesuras. Eduardo hijo del maestro Eduardo Umaña Luna, abogado penalista y de una bella mujer, Chely, su incansable cómplice.

Su incansable búsqueda de la verdad lo llevó a defender importantes casos en pro de los derechos humanos. Había seguido el caso de los desaparecidos del Palacio de Justicia, defendió a sindicalistas y a numerosas víctimas de violaciones a los derechos humanos.

Después de las múltiples amenazas que recibió en su vida, José Eduardo Umaña, fue asesinado, sus victimarios desarrollaron una acción encubierta dirigida desde una Brigada militar 20, luego de que dos hombres y una mujer al haberse hecho pasar por periodistas entraron a su oficina y trataron de secuestrarlo. Eduardo se negó a ser llevado a la fuerza. Siempre lo había dicho si vienen por mí y me pretenden desaparecer yo no me dejo llevar. Por eso, le dispararon.

Un sábado 18 de abril, antes del medio día, en su apartamento, lugar habitado por la búsqueda insaciable de la justicia, espacio pequeño que albergó grandes ideales, en que se dispersaron humaredas de cigarrillo para apaciguar la ansiedad, en que se esparció el aroma del café por todo rincón, en ese nicho de acogida, en donde el llanto de los excluidos encontraba reposo, los perseguidos judicialmente encontraban esperanzas, y las víctimas de Crímenes de Estado una mano amiga, en ese recinto fue asesinado José Eduardo Umaña.

Su opción por la vida, justicia real como democracia plena, derechos de los pueblos como concreción de los derechos humanos, lo llevó a asumir la posibilidad de saberse cierto de la tortura, la desaparición forzosa o de su asesinato del Estado, por eso prefirió morir enfrentando a sus victimarios, se enfrentó a aquellos que fueron a cumplir la misión que otros, diseñaron y definieron, esos otros que hoy siguen disfrutando de honerosas pensiones militares, usufructuando el poder político y económico en Colombia.

La primera orientación de la investigación permitió evidenciar el papel desempeñado por los miembros de las fuerzas armadas y del Cuerpo Técnico de Investigación, CTI, de la Fiscalía la que se fue diluyendo en medio de un montaje procesal con un falso "testimonio espontáneo" de un detenido de la prisión de Guaduas que dijo conocer los asesinos de José Eduardo Umaña Mendoza.

Once años después, Salvatore Mancuso confesó ante la Fiscalía que el asesinato de Umaña Mendoza se dió bajo la orden de las AUC, después de que se reunieran sus jefes, entre los que se encontraba Carlos Castaño, en una finca de nombre “La Marranera”. Su versión inicial y la forma como fue divulgada la noticia por las fuente oficiales ocultaron los nombres de los responsables en altos mando militares de su asesinato. En  2011, el caso fue llevado por la esposa Patricia y su hijo Camilo iniciaron una demanda al Estado colombiano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Dos días después de su asesinato, el 20 de abril cuando fue inhumado se experimentó como ese día gris, un gran llanto y un gran dolor, entre ellas se reflejó su gran compromiso con la gente, con la victimas, su ingenio para reivindicar los derechos humanos, su audacia para afirmar los derechos de los pueblos, su valentía para enunciar fuertemente lo que muchos temían decir, para construir una y otra vez un país donde fuera posible vivir.

Camilo Umaña Hernández, expresión del hijo, pero también de esa sensibilidad de la madre, la compañera, Patricia, la lealtad suprema, la incondicional: “Estos 15 años de injusticia e indignación no podrían ser subtitulados de muerte porque la vida de mi padre ha brotado en muchas partes, formas y personas. Estos son años de una profunda trascendencia que se siente en el colegio Eduardo Umaña Mendoza, en grupos de debate, universidades, activistas, defensores de derechos humanos y sindicatos. En estos 18 años bien vale hacer una acción de gracias. Con los pies firmes, agradecer a Eduardo Umaña Mendoza por no doblegarse, por insistir, por su ternura y solidaridad con los desaparecidos, con los muertos y torturados, con los puestos injustamente en prisión y con los que buscan otro futuro para su país. Quince años de “más vale morir por algo que vivir por nada”.

Esa es nuestra certeza, esa es nuestra experiencia, ese es nuestro sentir, en la memoria continuamos elaborando el duelo de aquel que nos inspiró, quien nos inspira a construir y a enfrentar, como el Quijote. A luchar y a imaginar un país alegre, bello, justo y en paz.

Recae en cada ser humano, entonces, la responsabilidad, no sólo de conmemorar su muerte sino de procurar siempre la verdad, la defensa de los Derechos Humanos, la justicia y la paz. Procurar que la memoria sea un paso más en la construcción de una nueva sociedad, que sus palabras sigan inspirando a muchos y muchas

José Eduardo Umaña Mendoza, en la Memoria.
José Eduardo Umaña Mendoza, Sin Olvido.