Los noventas huelen a humo de silenciador. Silenciador de bala, de calle, de
pasamontañas, de orejas, sentidos, ojos, de niños y ancianos. Los dos mil,
saben a lágrima salada, cansado desplazado, dormida conciencia.
Dieciocho años con humos que oscurecen
los horizontes y sinsabores que apestan las voces. Dieciocho de nuevos viejos
caminos a los olvidos. Nuevo siglo que no es el mismo pero es igual; nuevo
siglo con más cruces, más agonías.
Eduardo Umaña Mendoza, amigo del
alma, amigo de sueños, amigo de travesuras. Eduardo hijo del maestro Eduardo
Umaña Luna, abogado penalista y de una bella mujer, Chely, su incansable
cómplice.
Su incansable búsqueda de la
verdad lo llevó a defender importantes casos en pro de los derechos humanos. Había
seguido el caso de los desaparecidos del Palacio de Justicia, defendió a
sindicalistas y a numerosas víctimas de violaciones a los derechos humanos.
Después de las múltiples amenazas que recibió en su vida, José Eduardo Umaña, fue asesinado, sus victimarios desarrollaron una acción encubierta dirigida desde una Brigada militar 20, luego de que dos hombres y una mujer al haberse hecho pasar por periodistas entraron a su oficina y trataron de secuestrarlo. Eduardo se negó a ser llevado a la fuerza. Siempre lo había dicho si vienen por mí y me pretenden desaparecer yo no me dejo llevar. Por eso, le dispararon.
Un sábado 18 de abril, antes del
medio día, en su apartamento, lugar habitado por la búsqueda insaciable de la
justicia, espacio pequeño que albergó grandes ideales, en que se dispersaron
humaredas de cigarrillo para apaciguar la ansiedad, en que se esparció el aroma
del café por todo rincón, en ese nicho de acogida, en donde el llanto de los
excluidos encontraba reposo, los perseguidos judicialmente encontraban
esperanzas, y las víctimas de Crímenes de Estado una mano amiga, en ese recinto
fue asesinado José Eduardo Umaña.
Su opción por la vida, justicia
real como democracia plena, derechos de los pueblos como concreción de los
derechos humanos, lo llevó a asumir la posibilidad de saberse cierto de la
tortura, la desaparición forzosa o de su asesinato del Estado, por eso prefirió
morir enfrentando a sus victimarios, se enfrentó a aquellos que fueron a
cumplir la misión que otros, diseñaron y definieron, esos otros que hoy siguen
disfrutando de honerosas pensiones militares, usufructuando el poder político y
económico en Colombia.
La primera orientación de la
investigación permitió evidenciar el papel desempeñado por los miembros de las
fuerzas armadas y del Cuerpo Técnico de Investigación, CTI, de la Fiscalía la
que se fue diluyendo en medio de un montaje procesal con un falso
"testimonio espontáneo" de un detenido de la prisión de Guaduas que
dijo conocer los asesinos de José Eduardo Umaña Mendoza.
Once años después, Salvatore
Mancuso confesó ante la Fiscalía que el asesinato de Umaña Mendoza se dió bajo
la orden de las AUC, después de que se reunieran sus jefes, entre los que se
encontraba Carlos Castaño, en una finca de nombre “La Marranera”. Su versión
inicial y la forma como fue divulgada la noticia por las fuente oficiales
ocultaron los nombres de los responsables en altos mando militares de su
asesinato. En 2011, el caso fue llevado
por la esposa Patricia y su hijo Camilo iniciaron una demanda al Estado
colombiano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Dos días después de su asesinato,
el 20 de abril cuando fue inhumado se experimentó como ese día gris, un gran
llanto y un gran dolor, entre ellas se reflejó su gran compromiso con la gente,
con la victimas, su ingenio para reivindicar los derechos humanos, su audacia
para afirmar los derechos de los pueblos, su valentía para enunciar fuertemente
lo que muchos temían decir, para construir una y otra vez un país donde fuera
posible vivir.
Camilo Umaña Hernández, expresión del hijo, pero también de esa sensibilidad de la madre, la compañera, Patricia, la lealtad suprema, la incondicional: “Estos 15 años de injusticia e indignación no podrían ser subtitulados de muerte porque la vida de mi padre ha brotado en muchas partes, formas y personas. Estos son años de una profunda trascendencia que se siente en el colegio Eduardo Umaña Mendoza, en grupos de debate, universidades, activistas, defensores de derechos humanos y sindicatos. En estos 18 años bien vale hacer una acción de gracias. Con los pies firmes, agradecer a Eduardo Umaña Mendoza por no doblegarse, por insistir, por su ternura y solidaridad con los desaparecidos, con los muertos y torturados, con los puestos injustamente en prisión y con los que buscan otro futuro para su país. Quince años de “más vale morir por algo que vivir por nada”.
Esa es nuestra certeza, esa es
nuestra experiencia, ese es nuestro sentir, en la memoria continuamos
elaborando el duelo de aquel que nos inspiró, quien nos inspira a construir y a
enfrentar, como el Quijote. A luchar y a imaginar un país alegre, bello, justo
y en paz.
Recae en cada ser humano,
entonces, la responsabilidad, no sólo de conmemorar su muerte sino de procurar
siempre la verdad, la defensa de los Derechos Humanos, la justicia y la paz.
Procurar que la memoria sea un paso más en la construcción de una nueva
sociedad, que sus palabras sigan inspirando a muchos y muchas
José Eduardo Umaña Mendoza, en la
Memoria.
José Eduardo Umaña Mendoza, Sin
Olvido.
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