viernes, 26 de septiembre de 2014

Mural Refugio del Saber (casa de la memoria, san Antonio Inzá)





“La casa de la memoria es muy bonita, es hermoso ver a los jóvenes pintando, recordando la historia de lo que era Manuel y era Hortensia, lo más lindo es cuando nuestros jóvenes hacen memoria y no dejan morir la vida. Esa memoria la debemos convertir en una historia, una historia de varios colores como la alegría de los niños y los jóvenes, como la alegría que no podemos dejarnos quitar”. Luz Marina Cuchumbe

Memoria y Territorio

En el caserío de san Antonio, Inzá, Cauca, como una forma de seguir recordando, seguir evocando la vida de Hortensia Nellyd Tunja Cuchimba y Manuel Antonio Tao Pillimué víctimas de ejecución extrajudicial por militares del batallón caique Pigoanza de Garzón Huila el 8 de enero de 2006, los jóvenes y niños se encuentran asiduamente, recrean el contexto, la vida de la comunidad, del territorio y la vida de los dos jóvenes asesinados.

A partir de dinámicas, caminatas, juegos, canciones, reflexiones en el colegio y en el espacio de la memoria, “Refugio del Saber” hace algunos días en uno de sus encuentros compartieron sus ideas, percepciones, recuerdos, sensaciones, sentimientos y cotidianidades. Cada una y cada uno con papel, lápiz, pintura, colores escribió y aportó con gráficas que posteriormente los participantes colocaron en común plasmando todo en un mural en la casa de la memoria de la comunidad de san Antonio.


Sus ideas e imágenes fueron dando cuerpo a lo que allí se denominó por el grupo de jóvenes y niños junto a Luz Marina madre de Hortensia, una pintura colectiva sobre la memoria y el territorio.

El “Refugio del Saber” como monumento de la memoria, que es la casa donde nació Hortensia, es la casa de la memoria, es un lugar muy importante en nuestra comunidad, un lugar sagrado, por eso lo cuidamos y tratamos de conservarlo como el lugar de la vida de nuestros jóvenes. Luz Marina

En este espacio de la memoria los jóvenes pintaron un mural que recuerda la vida de Manuel y Hortensia. Al recrear la vida de esta chica y este chico, sus compañeros y compañeras jóvenes consideran que su territorio es como una cancha de fútbol, pero además consideran que esta actividad deportiva es una de las que más congrega a la comunidad, es la que posibilita el encuentro, la que les ha permitido diversión y alegría.
 
Hortensia era amante al futbol dicen las chicas y chicos, era una excelente jugadora que desde varios lugares la buscaban para que conformara sus equipos. El futbol era su gran amor, su ilusión era sobresalir a nivel nacional en este deporte. Manuel también era un fanático al futbol, le gustaba verlo y también practicarlo.

Entre palabra y palabra, recuerdo y recuerdo, silencios, lágrimas, sonrisas delinearon y pintaron una cancha de futbol en una de las paredes de la casa de la memoria. Se resaltan varios aspectos; la figura de un balón en el centro que al mismo tiempo destella rayos como un sol. Al reflexionar sobre esta figura los jóvenes manifiestan que ese sol es la alegría radiante Hortensia y Manuel, que no ha dejado de brillar y hacerles alegrar. Aparecen en los dos extremos de la cancha dos figuras, una de mujer y otra de hombre, son Hortensia y Manuel dándole vida al espacio, al territorio; son además todas las mujeres y los hombres que labran la tierra en la comunidad. El hombre con la herramienta de trabajo, la mujer dejando desprender semillas de vida. La mujer debajo de su brazo lleva la biblia, libro que ilumina el caminar familiar y comunitario, es la fe en lo que se propone la comunidad, es el alimento espiritual, escrito tiene un versículo que dice” he venido a dar luz a los ciegos”. De uno de los extremos, en lo alto de una loma se desprende un hilo de agua que va aumentando hasta hacerse grande y termina en una mano abierta que sostiene una planta de maíz. El agua como recurso vital, como un derecho humano y comunitario que llena de fertilidad la tierra, que baña el territorio. La mano abierta hacia arriba recibiendo los granos de semilla simboliza la bondad que tiene el territorio con todos los seres que lo habitan, por eso está abierta la mano porque es mucha la gente que vive de él y el los sostiene. La raíz de la planta de maíz simboliza la fortaleza que puede llegar a tener una comunidad unida. En una de las áreas que compone la cancha de futbol pintaron lo que cotidianamente desempeñan todos y los identifica, su relación laboriosa con la tierra, la siembra más significativa de la región el café, que está regado en sus praderas y áreas altas, por eso está pintado en cadena montañosa. El área chica contiene la diversidad productiva en las eras o huerto casero. En el área opuesta está la vivienda, espacio de encuentro y vida familiar. Se encuentran plasmadas las huellas de los pies que simboliza el caminar de la vida comunitaria en el territorio, huella de todos y todas, caminada en junta. De lo alto se desprende una gota, que puede ser de agua y de esperanza, por la verdad, la justicia, el respeto, tiene un mensaje que dice ”nunca digas que la vida acaba, cuando apenas comienza”.

Este trabajo artístico de los jóvenes animados por la lideresa Luz Marina permite dimensionar la fortaleza de una mujer que se ha sobrepuesto a la adversidad, a los miedos, a los silencios, a la injusticia, a la impunidad y en su derecho a mantener viva la memoria recrea ese pasado, ubicándose en el presente con los jóvenes y niños, por los jóvenes y niños como población que puede garantizar mantener viva la memoria comunitaria en el futuro.

martes, 9 de septiembre de 2014

Sergio Urrego



Seguramente muchos de nosotros recordamos la sonrisa nada limpia y nada cautivadora del Maestro de Pink en la escena destinada a la famosa “Another Brick in The Wall” de Pink Floyd en la película “The Wall”. El personaje de El Maestro es el de un desquiciado adoctrinador de ideas y emociones a través de represiones permanentes, fundamental en la historia personal de Pink, el protagonista de la película. Pink se encuentra cautivo en un muro que establece las pesadas fronteras de una carga subjetiva creada por sucesivas inquisiciones nacidas desde los valores más conservadores y más opresivos pero a su vez más contemporáneos y actuales. En la plataforma tenaz de todos estos valores, el Maestro de Pink se dedicaba a hacer salchichas con mentes y corazones jóvenes que nunca llegarían a ser sensibles a través del arte o la literatura o la filosofía o la revolución. Desde el colegio, estos corazones estarían destinados a ser precisa y exclusivamente eso: Salchichas homogéneas catalogables en el lúgubre inventario de una gran máquina productiva regida por yugos de todo tipo. Pink, sin embargo, sería un caso disfuncional para la producción en serie de castraciones de humanidad. Su humanidad terminaría mezclada con un asco espeso hacia la sociedad, acompañado de un abrumador repertorio de miedos que determinarían para él un desesperante y prematuro final de su vida. 

Azucena Castillo, dueña del Gimnasio Castillo Campestre, es dentro de mi memoria la figura más parecida al Maestro de Pink. Su rostro es también muy similar al del Juez cara-de-testículos que se encarga, en “The Trial”, de asestarle a él un último y certero golpe de gracia. Azucena es el estereotipo más puro de un castigador pedagógico dirigido por la dura doctrina de la reacción. Esta mujer posa muy mal de ángel, desde su propio nombre hasta su voz solapada. Azucena es un nombre comúnmente utilizado para referirse a los Lirios, flores que simbólicamente están asociadas con el amor. La Azucena de la que hablamos, en cambio, es una mujer hoy involucrada en el Suicidio de Sergio Urrego, uno de los estudiantes de este castillo que “rescata valores para hacer realidad la paz”, como lo anuncia desmesuradamente en todos los rincones del colegio su Proyecto Educativo Institucional. Eso lo recuerdo por que también fui estudiante allí toda mi primaria y la mayoría de mi secundaria, hasta que fui expulsado por una de tantas fricciones éticas que este lirio perverso suele tener con sus estudiantes. Al respecto, tengo mi propia historia.

El Castillo fue mi colegio desde la infancia hasta noveno de Bachillerato. En aquel año la débil economía de mis padres experimentó una inflexión dentro de la ya de por sí permanente dinámica hacia lo decreciente, y cuando no pudieron pagar la matrícula del noveno año tuve que abandonar el colegio de toda mi vida. Con la incapacidad de pagar confluyeron algunos odios candentes y muy presentes entre la rectora, un animal desastrosamente enamorado de los negocios y el dinero, y mis padres, unos críticos de la vida para las mercancías. Fue allí en donde ya no hubo mucho por hacer. Tampoco existió disposición de mis padres – y en especial de mi padre – a jugársela por mi mis caprichos para mantenerme en el Colegio de mis amistades. Yo odiaba a la rectora y al colegio, pero sencillamente allá estaban mis amigos. Mi padre me dijo entonces que si en aquel Febrero, ya habiendo comenzado el año escolar, yo quería efectuar un último intento desesperado por que me reintegraran a clases, debía enfrentarlo yo sólo. En el orden de las tragedias posibles, el cambio de colegio no sólo no era tan grave sino que resultaría productivo. Para mí, sin embargo, era muy problemático en aquel momento por cuanto allí residían mis historias de niño y de joven. Teniendo aún 14 años y un gran temor por perder mi espacio de sociabilidad para entonces más importante, fui sin ninguna compañía a la oficina de la Rectora la mañana de algún lunes y tuve que esperar hasta que se movilizara desde sus mediocres aposentos hasta su nueva camioneta gris pagada con las suntuosas pensiones de padres y madres devorados por el arribismo cruel e incompleto de la clase media. Una vez llegó ese momento, me le abalancé y le pedí con una voz aún no madurada y una estatura aún distante a la de cualquier adulto que, por la fidelidad a la educación, me diese una última oportunidad de pago. Pero ella me ratificó que ya no era la persona cordial que alguna vez fue cuando siendo un pequeño entré a mis primeros cursos escolares allí. Me ratificó que para ella era mucho más importante conseguir los medios para pagar las costosas cirugías que mitigaban los efectos de la gravedad y el tiempo sobre un cuerpo cada vez más parecido a la cría envejecida de un Rott Weiler y una Vaca. Azucena me negó el derecho a la educación aún a pesar de que yo era un estudiante destacado y mis padres en algún momento de mejores tiempos y relaciones habrían sido parte activa de espacios como la asociación de Padres. Fue así como mi bachillerato lo culminé, por sugerencia de mi Padre, en un colegio distrital al cual le debo otro tipo de experiencias. 

Mi caso en realidad no fue de los más graves. A mis compañerxs de curso les generó profundas divisiones a través de rumores absurdos. Azucena jugaba con jóvenes de décimo grado a crear discordias a través de mecanismos patéticos y pobres, como el de tribunales esporádicos sobre conductas “moralmente reprochables” identificadas en cualquier experimento adolescente que alguno de mis compañerxs efectuara. Junto con el vice-presidente del colegio, su esposo Don Alfredo - otra muy desagradable figura - hicieron de esa promoción un campo de odios y batallas juveniles que aún hoy recordamos con asco profundo. También en esa ocasión hubo casos de discriminación y persecución de los que no me gustaría hablar. “A-su-ceba” y “Don Alf” eran verdaderos clérigos de efervescentes potestades inquisidoras. 

Azucena, sin embargo, no es un monstruo excepcional aún cuando el caso de Sergio Urrego no lo fuese tampoco. Los episodios moralmente reprochables fueron durante mi estadía en el Castillo y después de mi salida de él una cuestión sistemática. El de Sergio Urrego fue la trágica síntesis de una lista interminable de relatos amargos. Pero digo, en todo caso, que Azucena no es un monstruo excepcional. Sergio Urrego se ha ido dejando tras de sí la marca de un problema de envergadura y bien extendido: Poseemos una educación primaria y secundaria aún profundamente arraigada en reacciones ultra conservadoras y muy marcadas por una formación para la productividad.

Una muy mayoritaria parte de los colegios de educación primaria y secundaria de este país, públicos y privados, son dirigidos por pequeñas almas nazi que se atribuyen el deber de formar bajo sus propios esquemas los primeros y más significativos patrones de vida de miles y miles de estudiantes. Estas almas buscan enlistarlos en caminos de valores y sociabilidades aún colonialistas, aún conservadoras y además profundamente dadas a los valores del mercado. A través de mano dura y persecuciones, demuestran que ellos estuvieron también alguna vez en el rol de corazones castrados, reproduciendo los mecanismos que a ellos les fueron aplicados de forma seguramente más brutal. Estas formas de educación aseguran la continuidad en el tiempo de rectores obcecados. 

Contamos con un ejército de Azucenas y Don Alfredos que hacen nuestras vidas de infancia una cosa fútil y muy poco autónoma, escondiendo con especial recelo las verdades y contra-verdades de una vida para la emancipación. En los casos en los que a un aventajado le es posible sentar posiciones distintas a través de la crítica, como el de Sergio Urrego, un sin fin de mecanismos de persecución se despliegan de forma asfixiante, hasta llevar al culpable a un callejón sin salida en el cual el único veredicto es el de la exclusiva culpa individual. En aquel punto hay dos salidas: La primera, una redención a través de la aceptación de la culpa y del pecado, que derive en una vida nuevamente funcional y obediente. La segunda, la resistencia y la lucha. Para Sergio el último y único acto político ofrecido por el desespero, fue el de su propia muerte. 

En los últimos momentos de Pink (Sergio) el Maestro (Azucena) reclama al gran Juez Escroto, por qué no le permitieron poner en forma al muchacho, a través de duros golpes que re-encausaran la blanda carne de un corazón nuevo, perfecta para convertir en una triste y sombría salchicha. Una salchicha heterosexual, productiva, católica, insensible y sumisa. Una salchicha que reprodujese la dominación.


Un dato curioso de la tragedia. La última publicación de Sergio en su cuenta de Twitter fue la letra de la pequeña pista con la que se cierra el disco no. 1 de The Wall. Al final, el maestro y la vida dura llevarían a pink a un callejón sin salida:



Goodbye cruel world,
i'm leaving you today.
goodbye,
goodbye,
goodbye.

Goodbye, all you people,
there's nothing you can say
to make me change my mind.
goodbye. ( http://bit.ly/1tI3nfD )


FUENTE: http://cileplibertario.wix.com/cilep#!azucena/c17u

jueves, 4 de septiembre de 2014

TULIO ENRIQUE CHIMONJA

Septiembre 03  de 1983 - Septiembre 03 de 2014

Tulio Enrique Chimonja, Conocido como “TULIN”, campesino, labrador de la tierra, a sus 33 años de vida, padre de 7 hijos e hijas fue desaparecido forzadamente el 3 de septiembre de 1983, en la Vereda El Tabor, Municipio de Palestina, en el sur del Departamento del Huila, cuando hombres armados que se identificaron como miembros del 13 frente de las Farc, llegaron durante la noche hasta su vivienda, solicitando que debía acompañarlos para responder unas preguntas pero que al amanecer estaría de vuelta con su familia. La búsqueda, la espera, la exigencia por su regreso, completan 31 años y los daños causados a su familia son irreparables. Hoy su esposa, sus 7 hijos e hijas, sus 5 nietas y 3 nietos seguimos reclamando nuestro derecho a la verdad, nuestro derecho a saber qué pasó con nuestro padre, esposo y abuelo, nuestro derecho a la reparación integral. A pesar del daño, a pesar del vacío, a pesar de la incertidumbre por nuestro ser querido desaparecido, hoy somos una familia que lucha por la paz con justicia social y ambiental, somos una familia de fe, una familia que lidera propuestas agroambientales, que protege la biodiversidad y que hacemos parte de CONPAZ, comunidades construyendo paz en los territorios, porque aportamos a una paz estable y duradera con propuestas concretas, porque seguimos afirmando el derecho a la memoria, el derecho a la tierra, el derecho a la vida como campesinos y el derecho que tenemos como humanidad para que crímenes como la desaparición forzada no se repitan nunca más.

Tulio Enrique Chimonja en la Memoria.
Tulio Enrique Chimonja Sin Olvido.