sábado, 18 de abril de 2020

Eduardo Umaña Mendoza


18 de abril de 1998

De los pocos amigos. Aquellos en los que se puede confiar, en lo que se reconocen las mutuas debilidades, en las que se guardan secretos de la vida. Los amigos a los que se les reconoce su inigualable valor. A los que se les pueden decir lo que se piensa y lo que se cree. Aquellos en los que mutuamente se puede hablar en desparpajo, con los que se puede compartir la dulce amargura de la vida, con los que se puede llorar, con los que se puede exagerar, con los que se puede cantar, a los que se les puede disculpar, justificar, comprender.

De los amigos que más allá de las afinidades de pensamiento o de cuerpos doctrinales  nos suma la soledad propia, compartida, la vida deshojada sin disfraces, la cotidinidad sin heroismos. El amigo que habla o escucha los dolores de un país injusto, de una humanidad deshecha en la fatuidad que define con el rostro de hierro la muerte con torturas, con desapariciones forzadas con asesinatos, con masacres. Muchas de ellas de las que nos dolimos luchando contra los mecanismos de ocultamiento del Estado, sus juristas cortesanos y sus beneficiarios en poderes de la economía del petróleo, de las comunicaciones. El amigo que se dolía con lo cercano y con la propia vivencia de la traición o de la deslealtad que embriagaban el alma de tristeza, de rabia y de una cierta impotencia ante la cruda realidad de nuestra condición humana. El amigo que conocimos en su terquedad, capricho, persistencia. Inolvidable. Y para mucho muchos inaguantable, para nosotros, sin ser un ídolo de barro, el ser humano pleno en carcajadas, en inteligencia, en locuacidad, en fumarolas, en exigencia, en intransigencias y en concesiones. 

Así fue nuestro maestro, antes o después, en realidad un amigo. Y también un maestro, ante todo amigo.Sí, maestro por algunos olvidados de generaciones de defensores de los derechos de los pueblos para hacer realidad los derechos humanos de la declaración del 48, y de centenarias luchas libertarias con sus claros oscuros. Un Quijote en el horizonte con esos molinos de viento. Andariego con nosotros a lugares inimaginados en donde bebimos de su ingenio, su capacidad de recrear la vida, buscando salidas ante una justicia sin rostro con rostro de justicia persecutoria de las expresiones democráticas del país. Nos llevó a cárceles de dificil acceso, a la creación del Comité de Solidaridad con Presos Político. Luego al Colectivo de Abogados en donde nos compartió su afiche de Camilo, en donde compartió en entrevistas su pensar.  Y también, nos compartió la creación de Sembrar, su papel en Minga. Nos llevó a barriadas populares, al mundo sindical, a la familia Joya, a ASFADDES los familiares de los Desaparecidos del Palacio de Justicia, a los familiares del Sindicato de Telecom, de la ETB, de la Uneb, de la Uso.  Nos llevamos al Tribunal Permanente de los Pueblos, a la Revista Colombia Hoy, a FERAL. Ah sí, a dialogar con la esquiva Rigoberta Menchú. A resguardar 42 personas de la familia López, perseguida por paramilitares de la ACCU como parte de los planes contra insurgentes de sectores el Estado Colombiano. Nos ingresó a sus clases en la Universidad Externado, el la Universidad Nacional. Nos vimos decenas de veces en la Universidad Javeriana.

En las últimas ocho semanas de su vida, la Vida nos dió la oportunidad de compartir horas de altibajos entre miedos y esperanzas. "Si pasó de mayo, todo este año vivo", nos dijo. Todo lo posible se había hecho. Él mismo denunció e identificar el plan criminal contra su vida orquestado por la Brigada XX, los nombres de algunos participantes. Se creía que develarlos evitaría la pena de muerte estatal. Ingenuo (os). Ante la posibilidad de un exilio temporar dijo no. Lo único, lo más importante, y lo que él mismo aceptó fue estar con dos seres de su alma: Patricia y Camilo. Y así fue.

Su casa que se convirtió en oficina, y que solo dejó de serlas semanas antes fue el sitio en dónde en esas últimos días nos dijo. "Si vienen por mi, yo no me dejaré llevar" . Y cumplió su palabra. Sus tres sicarios, los mesenas de En su mesa del corazón hecho técnica y rigor jurídico pasaron procesos de detenidos políticos, sindicalistas, rebeldes violentados en sus derechos, perseguidos de la oposición política, familiares de los desaparecidos, entre ellos, los del Palacio de Justicia, casos de asesinados por el Estado.

Después de las múltiples amenazas que recibió en su vida, José Eduardo Umaña, fue asesinado, sus victimarios desarrollaron una acción encubierta de tipo paramilitar dirigida desde la Brigada XX del Ejército Nacional. Dos hombres y una mujer se hicieron pasar por periodistas entraron a su oficina y trataron de secuestrarlo, delito que siempre condenó, y del que días antes nos expresó: “Si vienen por mí, y me intentan llevar a la fuerza, no me dejo llevar”. Así cumplió su palabra. De alguna manera hasta en la muerte confrontó al Estado criminal. Se enfrentó a aquellos que fueron a cumplir la misión que otros, diseñaron y definieron; esos otros que hoy siguen disfrutando de privilegios y poderes político, castrenses, y económicos en muchas regiones del país.

Ese sábado 18 de abril, antes del medio día, en su apartamento, lugar habitado por la búsqueda insaciable de la justicia, espacio pequeño que albergó grandes ideales, en que se dispersaron humaredas de cigarrillo para apaciguar la ansiedad, en que se esparció el aroma del café por todo rincón, en ese nicho de acogida, en donde el llanto de los excluidos encontraba reposo, los perseguidos judicialmente encontraban esperanzas, y las víctimas de Crímenes de Estado una mano amiga. Allí en lo que era su hogar, el territorio de su amor humano, allí fue asesinado.

A pesar que en 2016 su asesinato fue declarado como Crimen de Lesa Humanidad, el último recurso simbólico de la turbia justicia para afirmar que sigue investigando. 21 años después como todo o como nada se sigue buscando a los responsables. Todo es impunidad con una eficacia simbólica del derecho.

Los integrantes de la Terraza mano de los planificadores están asesinados. Los mandos paramilitares, uno de ellos muerto, y otro sobreaguando en una cárcel de Estados Unidos, Diego Murillo. Desde allí aportó elementos para la identificación de los responsables, aun así la justicia colombiana actúa con ineficacia, no actúa. Algunos de los responsables siguen viviendo con su rostro de hierro protegidos por la impunidad de esa justicia. Los del poder político y económico de la democradura siguen perpetuados en sus privilegios, ellos o sus herederos.

El encubrimiento, la mentira siguen siendo parte de los expedientes de la justicia y de sus relatos. Solo la memoria que persiste, que resiste desmorona la impunidad. Sin que individualice necesariamente, la memoria renueva las verdades.

Camilo Umaña Hernández, expresión del amor de Eduardo y Patricia, escribe: “Estos  años de injusticia e indignación no podrían ser subtitulados de muerte porque la vida de mi padre ha brotado en muchas partes, formas y personas. Estos son años de una profunda trascendencia que se siente en el colegio Eduardo Umaña Mendoza, en grupos de debate, universidades, activistas, defensores de derechos humanos y sindicatos. En estos años bien vale hacer una acción de gracias. Con los pies firmes, agradecer a Eduardo Umaña Mendoza por no doblegarse, por insistir, por su ternura y solidaridad con los desaparecidos, con los muertos y torturados, con los puestos injustamente en prisión y con los que buscan otro futuro para su país. muchos años de “más vale morir por algo que vivir por nada”.

Palabras, llantos, temores, sonrisas y siempre buscando lo mejor por el país, quedaron en esa silla, que cambió de color blanco a café.

José Eduardo Umaña Mendoza, en la Memoria.
José Eduardo Umaña Mendoza, Sin Olvido.

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