viernes, 29 de noviembre de 2013

Gaby May no se rindió ante el conflicto en Tumaco


La hermana Gaby May tenía el mejor balcón sobre la bahía interna de Tumaco. Para un visitante, su casa poseía una vista privilegiada, pero para ella se trataba de otro asunto: desde allí también se podía ver en toda su dimensión la inmensa pobreza del puerto. Aún después de años de vivir allí no le cabía en la cabeza cómo, sus ilustres vecinos, gamonales políticos de esta población a orillas del Pacífico, se negaban a ver el resultado de su corrupción y sus abusos.

Así era May, una monja laica malhablada, fumadora, francota, inmensamente solidaria y, a su manera, dulce. Vivía preocupada por ayudar a resolver las injusticias que cada día presenciaba en la que, desde hace tiempo, consideraba su tierra, luego de 35 años de trabajo con las Misioneras Laicas de Friburgo, una comunidad religiosa suiza que la trajo al país y con la que se dedicó a velar por comunidades indígenas y negras de Nariño y Cauca. 

Gaby fue amiga inseparable y compañera de trabajo de Yolanda Cerón, líder asesinada en 2001 por hombres del Bloque Libertadores del Sur de las Auc, luego de que denunciara públicamente que algunos miembros de la Policía, del DAS y de la Base de Entrenamiento de la Marina eran cómplices de los asesinatos selectivos que estaban cometiendo los paramilitares en Tumaco. 

Por eso tras la muerte de su amiga, la hermana Gaby, continuó aún con mayor ahínco su labor de defensora de los derechos humanos y protectora de los más desvalidos y sufridos en la región. En 2002 creó la Comisión Vida, Justicia y Paz de la Diócesis de Tumaco, encargada de la defensa de los derechos y la vida de la población de la Costa Pacífica nariñense. También fue el motor de iniciativas de memoria como las marchas por la paz, la Galería de la Memoria y la Casa de la Memoria, que inauguró hace poco y en donde guiaba a los visitantes y les explicaba en detalle la historia de violencia del puerto.

Gaby conocía como pocos la crisis humanitaria al interior de los barrios y las amenazas que enfrentan todos los días, sobre todo los jóvenes, atrapados en medio de las disputas territoriales entre las Farc y la bandas de narcotraficantes. De ahí que su trabajo variaba con la misma facilidad con que pasan las horas. En la madrugada podían verla vendiendo tamales en la calle para recaudar fondos para las obras de su misión, al medio día, podía estar visitando a personas enfermas a reclamar por sus derechos en las clínicas, en la tarde, consolando a alguna jovencita abusada por hombres armados, y en la noche, en alguna reunión de madres, intentando ayudarles a evitar que paramilitares o guerrillas les recluten a la fuerza a sus hijos adolescentes, como sucede hoy cada semana en ese puerto.

Trabajó con mujeres de barrios sumidos en la miseria como Nuevo Milenio, Viento Libre, Obrero y Centro, en donde enseñaba a tejer. También fue compañera incondicional de las víctimas del conflicto armado de la vereda San Luis Robles y de indígenas Awá del resguardo Magüí, Primavera y Renacer, a quienes animó en la búsqueda de la restitución de sus derechos.

Sin duda su voz era un aliento para los desprotegidos que confiaban más en ella que en las numerosas instituciones nacionales e internacionales que hacen presencia en este puerto. Y muchas veces lograba ayudarles de manera más efectiva, con su amor y su compromiso, que todas estas juntas. Tuvo el coraje de enfrentársele a los grupos armados de cualquier bando sólo con su autoridad moral, y el de batallar también contra la politiquería. 

Gaby murió de un infarto el pasado 19 de noviembre, muy temprano en la mañana, en su casa. Tenía 63 años. Su legado y su visión de cómo construir paz quedan en la memoria de los tumaqueños y de las personas que la acompañaron en su pastoral. VerdadAbierta.com la entrevistó en 2012 y sus respuestas reflejan el compromiso que tenía con su Pacífico.


VerdadAbierta.com: ¿Cómo es la presencia del Estado en Tumaco y el Pacífico?

Gaby May: Se limita a uniformes y armas pero no a invertir, no solo en lo social, sino en pensar cuáles son las inversiones para el progreso de todos, no de unos pocos. Aquí, con las locomotoras se hacen grandes planes, legal e ilegalmente, destruyendo zonas que se convertirán en el viejo oeste salvaje, en busca del petróleo o el oro. El negro, igual que como lo hizo con el español, está metido en la chamba lavando el oro y todo el mercurio y los químicos están dañando las aguas.

VA: ¿Cuáles son las secuelas que los grupos armados están dejando en la población?

GM: Luego de la época gloriosa del dinero del narcotráfico, el boom cayó, los que estuvieron en Cali regresaron sin plata, algo muy típico de la gente acá, que cuando ya no puede más regresa con su familia, donde su mamá, y nadie los puede echar de la casa y por eso aumentan los conflictos. Esta es la fragilidad de meterse en negocios ilegales. Hay que reconocer que la mentalidad de la plata fácil sigue existiendo en Colombia y no solo por parte de los pobres. El ejemplo también lo dan los poderosos y los ricos. Solo mire el Congreso, tienen apreciables sueldos y otros contratos.

VA. Pero hay jóvenes que terminan involucrados no solo por la plata fácil.

GM: Hay zonas donde ven que tu hijo está en la edad de llevar un arma, de cargarla, lo invitan, entre comillas, y si se niega toda la familia queda en peligro. Con las niñas es diferente, no tanto para las armas. Uno ve que los muchachos metidos en los grupos se enamoran de una chica y le piden al hermano que se las consiga, que se la preste, y si se niega, este tiene que desaparecer del barrio, ella también y a lo mejor la familia también.

VA. ¿Qué credibilidad tienen las instituciones en la población?

GM: Nadie tiene confianza en las instituciones porque es un Estado que se hace sentir de manera represiva. No genera confianza para proteger a la población desarmada porque ha perdido el monopolio de las armas y en Tumaco varias generaciones han crecido viendo que las armas han marcado el territorio. 

VA. Pero el Gobierno llegó implementando el Plan de Consolidación y ejecutando acciones sociales.

GM: Si, aquí vino, después del atentado contra la estación de policía (a principios de 2012). El ministro de Defensa y el presidente de la República anunciaron que enviarían más fuerza. Esa fue la primera intención y después dijeron: “vamos a reparar las casas afectadas y a las víctimas”. Ahora, si ustedes miran el sitio donde fue el atentado, la estación de Policía fue reconstruida pero los vecinos qué… así que después del discurso, del susto, vendrá otro atentado y otro discurso.

VA. ¿Existe la idea que la paz la construye la Fuerza Pública? 

GM: Todo lo contrario, Colombia no tiene una guerra con un país vecino, el Ejército que tiene está ocupado en la guerra interna, donde la población civil está poniendo la sangre, y los niños y los jóvenes están sacrificando su presente y su futuro.

VA.: Si tuviera el poder para evitar el reclutamiento, ¿Qué haría?

GM: Apostaría por la educación. No estratificar el derecho de la educación, invirtiendo en viviendas dignas, porque teniéndolas se pueden sembrar más fácil valores dignos. Además, le apostaría a una seguridad social en todo el sentido de la palabra, donde pudiera reunirme en la noche con los vecinos sin tener miedo, y en el día enviar a mis muchachos a la escuela, a estudiar con garantías, que tengan dónde trabajar y recibir un pago. 

VA: Una de sus luchas ha sido los derechos a la salud…

GM: Si usted tiene un niño enfermo y no lo atienden, produce angustia y rabia. Todo esto son semillas de la guerra, lo que necesitamos son semillas de paz, a través de servicios que funcionen. Y no hay que mendigarlos, tiene que tratarla como mamá, como ciudadana. 

VA: ¿Cómo sembrar esas semillas de paz en los jóvenes?

GM: Hay que permitir que puedan expresarse, sentirse alguien, que puedan reír, hablar, tener sueños, con el derecho de hablar paja de vez en cuando. Es importante que en un pueblo donde todo el mundo está callado por el miedo, busquemos y fortalezcamos espacios donde se recupere la palabra. También tenemos que hacer el esfuerzo de crear espacios para que los grupos que más están sufriendo no se ahoguen en el dolor, brindándoles la posibilidad de reconstruir un camino de vida y de resistencia. Como dicen los indígenas: “hemos resistido 500 años, ahora queremos tener vida”. 

VA: ¿Y cuál es el papel de la iglesia Católica?

GM: El sitio de la iglesia tiene que estar con la gente y no con los que manejan el poder, a ellos tiene que llamarles la atención o pierde credibilidad. Creo que la iglesia Católica tiene una deuda histórica con el pueblo colombiano.


0 comentarios:

Publicar un comentario